martes, 11 de febrero de 2014

Cualquier farola un día de invierno, rota por la soledad, parece triste.

Te sentí cerca aquellos días. Noté tu respiración resoplando mi corazón, cerca, empañando los cristales de éste. Podías cogerme de la cintura y conseguir que mi estómago se estremeciese y cuando me apoyaba en tu hombro, tu olor se quedaba en mi cabeza, provocando el deseo de cerrar los ojos y acercarme a tu boca. Pero no podía. Porque sabía que esos cristales que al llenarse de vaho reflejaban tu nombre anteriormente escritos con el dedo, se romperían y me harían tal daño que necesitaría media vida para recomponerme. Y será que odio sufrir, y más odio arriesgarme si las posibilidades de perder, son altas. Altas, como las ganas de perderme debajo de tu camisa, contando lunares a besos.

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