jueves, 24 de abril de 2014

Cuando la noche se apaga y desde mi ventana solo se ve un foco de luz, que parece triste y bañada en soledad. Y en cambio, está rodeada de vida que no podemos observar desde aquí, de otras pequeñas luces que, si desde donde se observa hay mucha oscuridad, podemos ver sin apenas problemas. Y aún así, no vemos lo más mínimo.
Esas estrellas son como los amigos de verdad. No desde cualquier punto se puede ver que están apoyándote y de hecho, no siempre estarán cerca, pero de eso se trata, de que estén en las mejores y en las peores situaciones. Que estén si les llamas, que te escuchen si les necesitas, que se rían con los peores chistes, y que no cambien.

Es una pena, pero hay estrellas que mueren adolescentes. Son esas que brillan tanto, y te hacen sentir tan viva y especial, que se agotan. Podría contaros un par de historias, pero no lo haré. Espero que quien lo lea me entienda, me haría sentir tan comprendida y mucho menos única.


Hoy quiero perderme contando estrellas, quiero imaginarme que voy a la luna mil veces, y que por lo menos, mil de ellas conozco mundos de fantasía, inimaginables, diferentes.
Esta noche, o lo que queda de ella, quiero sentir el calor de la luna, y quiero que sepa que somos parecidas. A ambas se nos relaciona con una imagen que al conocernos se desvanece, y ambas tenemos estrellas que nos iluminan el camino, pero que no siempre se ven a simple vista. Además, ambas tenemos ese afán de querernos sentir especiales. Incluso nos parecemos en que a las dos se empeñan en decir que no somos tan diferentes del resto.

Luna lunera, alúmbre las noches que me pierda llorando, acércate las que me veas sola, acariciame cuando te sientas abandonada.





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